Síndrome de Estocolmo

Amarte es ese síndrome que no me permite dejar de idealizarte. Lo admito. No me gusta la idea de saber que jamás podré quitarme de la cabeza tu presencia y de mis manos el perfume de tu piel, pero he de confesar que no me atrevo a lavarme las manos después de acariciarte, ni a irrumpir con mis afanes el silencio de tus besos. Que me calles con un beso puede ser un delirio, un tormento, una de las razones por las cuales sabes que me tienes quieto.

y por alguna razón –no sé cuál- no me importa ser la victima de este amor unilateral, sufriendo, aclamando por tu presencia cuando me encuentro solo, sabiendo a ciencia cierta, que te encuentras más sola todavía.

No sé, pero solo espero que por fin confieses que eres una víctima más del síndrome, que yo soy ese alguien a quien esperas con corazón de tonta, al que le tomes la mano y temas lavártelas después, al que temas quitar de tu cabeza su presencia y olvidar el perfume de su piel y con el que odies, a pesar de todo, callarte con uno de sus besos porque por sus razones-y no sepas cuales- te mantendrás quieta. Y así encontraré motivos válidos para decirle a mi psicóloga por fin, que no sufro del síndrome de Estocolmo:

Amando a quien me hace daño.

Moisés Chan

Estar Contigo

Todos tenemos una historia con esa persona con la que podríamos haber llegado a ser felices, pero por alguna razón, su recuerdo se escapsula en solo eso: un recuerdo.

este es un poema dedicado a ese recuerdo…

Estar contigo

Fue un viaje redondo

Con destino a la alegría

Y retorno a la nostalgia

Fue un ticket de ida

Para nunca regresar a mí

Dejando mi sonrisa intacta

En los pliegues de tus labios

Ahora tu sonrisa es un museo

Que relata la triste historia

De cuando fui feliz…

No te culpo,

Algo tienen tus paisajes que hipnotizan

Algo tiene tu mirada que no niegan

Algo tienen tus manos que sostienen

El inevitable deseo de quererte a ciegas

Mis días contigo

fueron lecciones de gramática

Conjugando nuestros nombres en futuro

Dejando el “hubiera” sin pronunciar

Contigo el pasado era obsoleto

Y el querer tan necesario

Para borrarle los peros

a los enunciados

que hablaban de nosotros.

Quien hubiera dicho que nuestra historia

Se escribía con final adelantado.

Tu pecho fue un jardín

Que no me permitió echar raíces

Para que el amor germinara sin gusanos

Mis noches contigo

Fueron un paseo a tus caderas

Con tu voz como guía

Que presagiaba el desorden de tus emociones

Y yo como turista,

sin escuchar tus precauciones

Resbalé por el borde de tus encantos

Y aquí me tienes,

6 meses mas tarde, recuperado

En los rieles de tus piernas

aguardando el momento, esperando

Que me llames amor, a subirme al vagón

De tus cuerpo

Y que me lleves de nuevo

a ese lugar

Llamado vida.

Moisés Chan

No será así

Fuimos brevedad
Una pausa en el caos
Fuimos la canción
mas bonita en un baile
Y no supimos como bailarlo.
Fuimos la aguja encontrada en el pajar
La salida de un laberinto,
la pieza en el rompecabezas por completar.

Fuimos el bote inflable en un naufragio,
Y vimos salvar nuestras vidas por un instante
Justo antes de ahogarnos.

Fuimos excusas y peros.
Fuimos tan fugaces,
que cuando las estrellas nos vieron,
pidieron un deseo.

Y fuimos tan incapaces de poder sostener nuestras manos
que cuando nos volteamos a ver,
ya estabamos lejos.

Fuimos lo que fuimos
Y dentro de mi memoria serás la canción que tararearé cuando me bañe, cuando me vista y salga a la calle sin tomarte de la mano.
Fuimos lo mas bonito en un tiempo record
Tanto que con el pasar de los días te confundiré con un buen sueño
Y cerraré los ojos por las noches queriendo que aparezcas de nuevo…
Y no será así.

Bucles

Esa mañana de sábado se levantó más temprano de lo habitual, más tranquilo. Sus ojos se abrieron sin esfuerzo, sin esa pesadez que el sueño suele abandonar sobre los párpados durante la noche y de la que es muy difícil desprenderse con los primeros ensordecedores ruidos de la alarma anunciando el fin del descanso. pasivamente estiró sus extremidades, como usualmente lo hacía , tratando de despertar de su letargo todas sus articulaciones. De un salto bajó de la cama y en silencio caminó hasta la sala observando todo lo que había a su alrededor. Esa mañana todas las cosas permanecían iguales, el brillo del sol traspasando sus ventanas, los objetos y sus matices, el polvo y su nitidez sobre la superficie y los lugares inertes en donde estos reposaban con sagrada solemnidad coincidían con la exactitud de la rutina de otros días anteriores pero todo, por alguna extraña razón que él ya conocía, lucía diferente.
Si, esa mañana se despertó con el deseo enérgico de hablarle y decirle que soñó con ella.

Apacible, se dispuso a preparar café como todas las mañanas, moviendo las manos con la pasividad de un anciano esperando su muerte, mientras repasaba por veintena ocasión (durante los primeros 20 minutos desde que había despertado) los rasgos característicos del sueño como si de un recuerdo se tratase.

En su sueño ella aparecía somnolienta, distraída afuera de un gran aeropuerto. Esperándolo con la paciencia de los dioses. Él de pronto aparecía a su lado, llorando y tomándole su mano. Ella inmutada empezaba a caminar entrando juntos a la casa de los aviones, al hotel de las despedidas infinitas donde duermen las esperanzas de los que sueñan con volverse a encontrar. Terminaron el proceso de check in y era tiempo que ella se separara. Los dos lloraban ahora y se abrazaban mucho y él, con lágrimas torrenciales, le confesaba cuanto la iba a extrañar y al momento exacto en que lo hacía, ella desaparecía entre la multitud. Él se apartaba del tumulto con las manos cubriendo su rostro hinchado de tanto llanto y cuando salía del aeropuerto, la encontraba de nuevo, distraída, paciente, esperando a que él le volviera a tomar de la mano y entraran de nuevo a la pista de los adioses. La despedía constantemente, siempre llorando, siempre confesándole que la extrañaría, siempre viéndola desaparecer en todas las oportunidades y a pesar que se preguntaba por qué la volvía a encontrar fuera, nunca hacía algo diferente que pudiera comprometer la continuidad de ese bucle infinito de despedidas que siempre dolía.
Hasta que en una ocasión en que le volvió a confesar cuanto la extrañaría ella por fin dijo

-no puedes extrañar algo que no se ha ido.
De pronto despertó.

El sonido del café preparado lo hizo volver en sí. Pestañeó un par de veces como si así se cerciorara que ya no estaba soñando y se dispuso a empezar su día como todos los días desde que ella partió: con una taza de café y la seguridad furtiva (ineficaz) de que ya no pensaría más en ella.
No es necesario adivinar que pasó después. No pudo resistir las ganas y le escribió. La saludó como quien saluda a una vieja amiga y con los dedos algo torpes, le soltó la bomba sin premeditaciones.

-Soñé contigo.

De pronto se vio explayandose, describiendo su sueño con lujo de detalle como nunca antes había descrito algún sueño suyo, porque, para ser sinceros, ningún sueño que haya tenido antes había sido trascendente como para poder recordarlo a la perfección. Al finalizar su escritura esperó impaciente la respuesta de su interlocutor detrás de la pantalla. Los segundos siguientes se volvieron torturadores, eternos, longevos, tan pausados que se percató del crecimiento de las uñas de los dedos que sostenían con fuerza su celular.

-¿Qué crees que signifique?
-No lo sé- mintió.

Por supuesto que lo sabía, como sabía que se mentía todos los días prometiéndose no volver a extrañarla y sin embargo, eso pasaba. En realidad ella nunca se había ido.

Porque no importaba cuantas veces lo intentaba, él desprendía de su memoria todos los recuerdos que tenía con ella y trataba de convencerse que ya había partido, que nunca más la volvería a ver y que su existencia no emergería como un fantasma dentro de las actividades rutinarias de su diario vivir. La despedía todas las mañanas, al despertar y la volvía a encontrar en lo más absurdo de su cotidianidad. En el sorbo de su café de las primeras horas del día, en la plaza dónde disfrutaban pasar la tarde, en las noches de pizza y vino que él tontamente seguía realizando más que rutina, como un ritual consagrado a los viejos ayeres que ambiguamente recordaba como momentos felices. Ahora no estaba seguro si realmente lo fue, o si todo era un sabotaje que su mente maquinaba para mantenerse alejado del dolor incongruente que reflejaba la ausencia en el silencio de la sala, en el vacío que él ya sabía del que estaba lleno.

Tenía claro el significado del sueño incluso antes de despertar y asimiló por fin que tenía que seguir viviendo con la maldición de los amores correctos en el momento equivocado. En el bucle de despedidas que a pesar que siempre dolía, era evidente que le lastimaría más percatarse que ya no la encontraría de nuevo en las puertas del aeropuerto.
Ese era su miedo. Descubriendo dentro de su catarsis que ya había aprendido a vivir con ello

-Tengo miedo de perderte por completo- escribió, en su último intento por conseguir un boleto de avión que la retorne a sus brazos (al menos en sueños).
-Nos perdimos hace mucho- dijo.

Sin conexión.

Tenía razón.

 Ahora despierta todas las mañanas de diferente forma. Con el corazón más roto o con menos suturas. No lo sabe y no pretende descubrirlo. Se lava los dientes observando su reflejo, se prepara café con la misma pasividad y se sorprende una vez más ensimismado en sus sueños. Parpadea varias veces y después de tomar su café, la despide, como todas las mañanas, mientras se repite constantemente:
Aquí vamos de nuevo. Y una vez más emprende el día recordando cómo vivir con ella, sin estar a su lado.

He cerrado mis redes sociales

He cerrado mis redes sociales.

Hace 6 meses lo hice y con esto no trataré de creerme especial ni intentar convencer con argumentos anarquistas que los demás sigan mi ejemplo (si así se le puede llamar) puesto que esta decisión la tomé pensando en mi falta de acción, de visión ante la vida que se erige ante mí y que veía pasar como una película que no me estaba agradando y los que me conocen saben que no me gusta observar una película que no me agrada. Así pues, tengo que resaltar que esta etapa de mi vida se ha llenado de contenido absurdo, vacío: donde la satisfacción se define por el número de likes y el éxito por la aceptación que supuestamente otras personas te otorgan del otro lado de una pantalla, sin conocerte, sin saber una pizca de tus cualidades o defectos y ante éste absurdo definido como realidad, he decidido rechazarla.

Me mudo a un lugar paralelo, anacrónico. En donde me he dado cuenta de que otros viven – y para mi sorpresa, viven muy bien- y me he sentido cómodo disfrutando del momento, sin preocuparme de que tengo que tomar una instantánea para que otros sepan que soy feliz.

Conmigo basta y creo desde lo más profundo de mi ser que este es mi objetivo.

No estoy descubriendo el hilo negro de la sociedad, ni tampoco intentaré cambiarlo ni pretender cambiar a los demás. Es mi cambio personal. Mi meta individual.

Ahora bien, si decido escribir estas líneas es para poder darme cuenta en un futuro cuanto he cambiado y poder constatar el avance de los pasos en mi evolución literaria. Si alguien se topa con esto y lee con interés estos párrafos, puede estar seguro de que el mundo seguirá girando sin mí pero sabré, que el mundo tiene más color sin filtros y que la comida sabe mejor sin post antes de comerla. Pero no crean que soy un enemigo del sistema, alejarme de ella es solo una etapa en mi proceso de inspiración y concentración literaria.

Hasta pronto mundo alterno, nos veremos luego, cuando haya aprendido a no herirme por ver otras sonrisas y no reconocer la mía.

Hasta luego amigos, nos seguiremos leyendo en estas páginas que sé muy pronto serán leídas por un autor transformado. O al menos ese es el objetivo.

He dicho.